Vertigo. 1972
Siempre existirán esas almas perdidas cuyas vidas se están hundiendo
en un torbellino sin fin, grueso y gris como el naciente humo de un porro mal
armado a las 2 de la mañana en una fiesta de mala muerte en 1973. Acné juvenil,
mechas negras, narices protuberantes, pantalones jean km 962 días a punto de
deshilacharse. Rotación Lucky Strike. Muros blancos, de tapiz pelado. Por más
que intente salir de este nido de ratas es imposible. Nuestro destino negro
como el barril sin fondo en donde escucharon por última vez con vida al hijo de
Angélica, la vecina de la casa 4 (azul bebé, tejas marroquí ligeramente
tostadas por el smog citadino, enanos de cerámica en el porch frontal). Ayer
conseguí mi primer trabajo en una chatarrería. El dueño era como una manguera
que escupía una materia tan viscosa y repugnante como su tiránica mirada. Me
tiro por horas en el piso de la habitación, y resigno mi existencia a la nada
que me depara.
“The sun no longer sets me
free/I feel the snowflakes freezing me”, siento el frío de la forzada
adultez, del envejecimiento mental que trae la solitaria responsabilidad. Si
fuera un adolescente cuya alma se encuentra vilmente despedazada entre mundo de
la “madurez” sistemática y la inocencia romántica de años anteriores, estoy
seguro de que una de mis bandas sonoras sería este disco de Black Sabbath. El
solo decadente, angustiante que abre el disco en ‘Wheels of Confusion’ da suficiente material para imaginarme una
cinemática adaptación de los años oscuros de cualquier persona (podríamos
incluir drogas pesadas, moteles baratos y un sinfín de densas situaciones que
dejan nada más que rabia y ganas de quitarse la vida), dando lugar a las
inpoeticas y aplastantes letras de un muy decepcionado Ozzy: “innocence was
just another word/WAS AN ILLUSION!”. Ozzy no es el único que desinfla, Iommi se
encarga de levantar el polvo con confusos alaridos de guitarra y envilecidos
acordes ahogados entre la negrura de la desesperanza y la grandiosidad teatral
de todo el asunto.
En otros lugares, la banda barre el polvo con el oyente usando el poderosamente
nihilista blues desde las alturas de riscos a miles de metros sobre el mar en ‘Supernaut’, desintegrándose en ritmos
tribales antes de llegar al clímax de la canción y ‘Tomorrow’s Dream’, en donde el oyente es forzado a comer arena
mientras se nos grita al oído: “SEND ME LOVE AND I MAY LET YOU SEE ME/BUT IF
YOU REALLY WANT ME TO ANSWER I COULD ONLY LET YOU KNOW WHEN I’M DEAD”. Como
pueden ver, Sabbath en unos cuantos años aprendió un desdichado sentido de la
melodía producto de los excesos/decepciones de la creciente fama y que resultó embriagándome,
arrastrándome como un cadáver dejando hilos de sangre por encima del pálido
permafrost que la banda con mucho arte logra tejer en el disco, sin contar dos
decepciones principales: ‘Changes’ y
‘Laguna Sunrise’, la primera una
oscura balada a medio cocinar que resulta más torpe que efectiva y la última
una demostración del poderío técnico de Iommi en guitarra acústica y que suena
casi como un instrumental new age country. En definitiva, el disco podría
alcanzar el estatus de obra maestra si no fuera por esas dos fallas. Y por esas
dos fallas Sabbath se da garra con canciones como la anti-sistémica ‘Cornucopia’ (descrita por fans como
más pesada que el paso destructor de un Mamut), ‘Snowblind’: infalible oda a los efectos depresivos de la cocaína y
el cataclismo sonoro de ‘Under the Sun…’,
todas ellas dejando una marca imborrable no solamente en lo poco que conozco
del metal sino en DEMASIADOS artistas del underground por venir.
Vol. 4, fue mi tardío punto
de entrada a la banda. Y he quedado flechado.